Mujeres Sexualmente Sanas

La identidad de las mujeres, en las dimensiones: emocional, sexual y de género, desde la infancia, con auge en la adolescencia y a lo largo de la vida adulta, se ha visto conformada por la internalización de normas que han conceptualizado su singularidad, sentido de pertenencia colectiva y guía de comportamiento en las relaciones interpersonales, con la pareja, con la familia y con los grupos académicos, laborales y sociales en general.

Lo anterior, a través del aprendizaje social, que ha moldeado creencias, valores, actitudes y conductas sexuales, algunas veces, fuente de gratificaciones y bienestar, otras veces, caldo de cultivo de insatisfacciones y conflictos.

Como resultado, la construcción psicosocial de género, sobre el sentir como mujeres, la imagen y, el concepto de sí mismas, ha estado gobernada por un sistema dicotómico que ha impuesto mandatos del “deber hacer”; marcando pautas, para aceptar y premiar o rechazar y castigar, los comportamientos afectivo-sexuales de unos y otras. Ello, en función del grado de apego o desapego hacia el modelo tradicional de la cultura patriarcal.

Las mujeres, han tenido que sobreponerse a la doble moral sexual transmitida socioculturalmente, reforzadora de la naturaleza sexual de los chicos y al mismo tiempo, castigadora de la de las chicas. Castigo que deriva en una pobre percepción de poder y dominio sobre sus cuerpos y sus derechos.

La información sexual ofrecida mediante charlas puntuales en medio del contexto de la educación formal, ha focalizado contenidos preventivos, a partir de las preocupaciones sexuales. Básicamente, desde la perspectiva biologicista del para qué sexual reproductivo. Pese a ello, han persistido la desprotección de infecciones de transmisión sexual (ITS), la inefectiva planificación familiar y, la débil valoración del placer, dentro de una perspectiva del para qué recreativo, como derecho y oportunidad saludable.

De esta manera, la deficiente educación sexual integral, ha dado cabida a un condicionamiento basado en experiencias sexuales relacionadas más veces con sentido de malestar que, de bienestar y, más veces acompañadas de críticas destructivas que, constructivas; lo que ha perpetuado el hecho que, muchos hombres y mujeres, sigan asumiendo las diferencias como desigualdad, normalizando la polaridad de lo masculino = dominancia/fuerza sobre, lo femenino = sumisión/debilidad. 

A partir de este aprendizaje social sexual, diversos estudios describen la expresión sexual de las mujeres, centrada en el desarrollo y el mantenimiento de una identidad femenina basada en la complementación al sexo opuesto, en la complacencia del otro y en la erotización asumida como cosificación de su ser y como medio, para la obtención de reconocimiento y amor. Muestra de una autoestima desfavorecida y disminuida.

Gracias a entornos empoderadores, durante los últimos años, las mujeres han venido fortaleciendo el reconocimiento de sus derechos sexuales el fortalecimiento de su autoestima, así como el aprovechamiento de su potencial, para un mayor placer sexual, libre de ansiedades y mitos.

Cada vez, más mujeres a edades más tempranas, se están permitiendo autoconocerse más y disfrutarse más, procurándose recursos externos como apoyo profesional sexológico, círculos de lecturas sexoeducativas y auto-exploración consciente, apreciando lo nutritivo de sus caricias autoadministradas y valorando lo lúdico del uso de juguetes sexuales. 

Todavía, falta ver esta apertura en la actitud sexual del colectivo de mujeres de más edad, quienes aún, apegadas a guiones sexuales cargados de prejuicios y estereotipos de género, ven limitado su bienestar sexual; debido a pensamientos limitantes como por ejemplo:

 “las mujeres decentes no hablan de sexo y no tienen relaciones premaritales”
 “las mujeres de un solo hombre no se confunden sentimentalmente con otros”
 “el débito conyugal asegura el éxito matrimonial”
 “las mujeres siempre deben complacer todo lo que pida su marido en la cama, para evitar que éste sea infiel”
 “cuando una mujer dice no, en realidad quiere decir si”
 “las mujeres tienen menos necesidades sexuales que los hombres”
 “si se visten provocativas es porque están pidiendo sexo...”.

Erradicar toda esta huella machista, posibilitará la reconstrucción de una imagen y autoimagen femenina libre de complejos relacionados con la “tiranía de la delgadez” o con la “requerida voluptuosidad”. Demandas que tantas veces las coloca en riesgos para la salud física y psicológica, efecto de decisiones impulsadas por la lucha contra la inconformidad corporal, que derivan en problemas de hábitos alimentarios o en múltiples y peligrosas cirugías plásticas. 

Una visión positiva, respetuosa y segura de la sexualidad femenina, repercutirá en una actividad sexual menos afectada por el desconocimiento sexual, por la falta de habilidades comunicativas, eróticas y amatorias saludables; por ende, menos afectada por la presencia de disfunciones sexuales femeninas.  

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